La vecina de Valencia se encomendó a la Virgen y se impuso estar cinco años ayudando a los necesitados para que su hijo enfermo se cure
Antonia reparte todas las noches comida entre los pobres por un juramento
¿Qué hace una andaluza de 67 años, pequeña y encorvada, empujando un carro lleno lleno de comida al filo de la medianoche en pleno centro de Valencia? Pocos podrían imaginar el secreto que esconde: «Cumplo una promesa que hice hace cinco años ante la Virgen de los Desamparados y la de la Fuensanta», como ella misma asegura al ser preguntada.
No es fácil sonsacarle su motivación. Mantiene que muy poca gente lo sabe y no pretende alardear. Huidiza y humilde, prefiere pasar desapercibida y entregarse de lleno a su labor: cocinar, recoger y repartir comida entre indigentes y parados por las calles de Valencia.
Lo hace por un hondo amor a los que sufren y porque cree firmemente que con esta labor podría obtener un milagro: «Que mi hijo sane de la migraña que sufre desde hace años», anhela. «Dije que ayudaría a todo el que pudiera durante cinco años si se ponía bien». Su súplica aún no ha dado frutos a sólo tres meses para que se cumpla el plazo que se dio en su juramento. Pero ella sigue, erre que erre, recorriendo las calles tarde y noche «llueva, haga calor o sea Navidad».
La mujer nació en la localidad andaluza de Alcaudete de Jaén. Se separó de su esposo hace 35 años y ahora es madre de dos hijos de 47 y 43 años. Cobra una pensión de jubilación de 600 euros, vive sola y está afincada en la calle Maximiliano Thous de Valencia, donde concina algunos de los platos que luego entrega sin más recompensa que un «gracias, señora Antonia».
Ya son decenas las bocas hambrientas que han degustado su potaje de garbanzos o las patatas fritas con ajitos que coloca en 'tuppers' para luego repartir con un carro de la compra. Platos calientes de siempre para tiempos difíciles.
Su vida laboral la ha llevado a coser y planchar para la familia de un famoso médico valenciano. O a limpiar en el convento de las Terciarias Capuchinas de Rocafort. Pero cada día, sobre las ocho de la tarde, no falla a su autoimpuesta misión humanitaria. «Vengo hacia el centro con el autobús 11 y hago una ruta por varios sitios donde puedo conseguir más comida», explica.
Son varios los locales y supermercados donde la conocen. «Me entregan cosas que han sobrado o productos que están a punto de caducar, pero nunca cojo alimentos de los contenedores que sepa que pueden estar malos», aclara.
Una vez que su viejo carro de la compra está a reventar, comienza la segunda fase. Busca a los indigentes habituales del centro de Valencia y sacia su hambre. Ayer LAS PROVINCIAS fue testigo de uno de sus repartes. Tocaba bocadillos y uva, entre otras vituallas que los necesitados devoraron en segundos. «Un ángel es Antonia», la piropea uno de ellos. «Barracones con comida para todos es lo que debería haber», clama Antonia.
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